Melba Liston, Charles Fox, Chuck Thompson, Ross Russell y Dexter Gordon, Los Angeles, 1947

EL LOOP DEMENCIAL DE CHILE.

«A pesar de que estoy ciega, veo claramente lo que está pasando en Chile”.

Miguel Vera-Cifras

Por Miguel Vera-Cifras

Musicólogo y gestor cultural

1.- En 1993, coincidiendo con los veinte años del golpe militar, Raúl Zurita proyectó sobre los acantilados del norte de Chile los versos más proféticos y desgarradores que se hayan leído sobre piedra alguna en nuestro territorio: «verás no ver / y llorarás». A casi tres décadas de esa lúcida inscripción y a casi medio siglo de la fecha que dio lugar a esos versos, una de las víctimas cegadas por la represión ejercida contra el Estallido Social de 2019 y promotora del apruebo, la hoy senadora Fabiola Campillai, debió soportar, además del proyectil que le quitó la vista, ser increpada en plena calle por exaltad@s del rechazo que la atacaron con obscenidades y descalificaciones. Semanas antes había señalado: «a pesar de que estoy ciega, veo claramente lo que está pasando en Chile”. Pero los escombros de la derrota ahora acopian, además de mutilaciones, oprobios y marcas de «videncia» poética, los restos discursivos de un sueño que no pudo ser: las palabras anotadas por una pareja de pobladores que subió al cerro La Cruz en Petorca, semanas antes del plebiscito, y escribió con cal y gran tamaño la frase «apruebo de salida», hoy mudo testimonio de una quimera infructuosa que no pudo vencer el miedo ante la sequía crítica de esa localidad. La historia de Chile es un loop demencial, esquizoide y satánico, qué duda cabe. Un amigo (Juan Cristóbal Aliaga) me decía «vivimos en una permanente celebración del acto fallido, del desastre y la inmolación en el fracaso». Un continuo que nos envuelve y fatiga por su implacable sístole y diástole, con su pulsación y oscilación entre el miedo (y sometimiento al patrón de fundo que ordena y estabiliza la realidad) y el vértigo (la oportunidad de ser libres, pero dando un paso hacia el abismo), sin nunca jamás poder salir del mismo punto de quiebre. Y quizá sea ese miedo a perder el yugo estable y seguro lo que hoy ganó en esta vuelta, pero hemos conocido -aunque brevemente- también el riesgo y su costo: tenemos museos sobre eso, miles de muertos, cientos de torturados y más de un magnicidio. Por eso, cuesta creer lo que estamos viendo: imágenes desquiciadas y espeluznantes postales que aparecen como ya vistas; escenas ya representadas de un discurso ya repetido que regresa, mudo, a la sordera visual a la cual ingresamos hoy, caminando hacia atrás, mientras escucho los aviones militares surcando el cielo, pasando sobre nuestras cabezas en Santiago: un loop histórico que se vuelve a replicar y del cual no hemos podido escapar. 1973 y sus 49 campanadas de alarma, su bombardeo repicando una y otra vez en mi cabeza y mi anciana infancia, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo estas carpas de circo y esta esquizoferia de Fiestas Patrias ¡Cómo Dios manda!??? ¿Hasta cuándo este eco zapateando ad infinitum en una ecuación que no podemos ver, resolver ni explicar? Es como si ya no pudiésemos abandonar el samsara del abuso, el émbolo del poder, el rotativo infernal y matinal que nos envuelve y nos trae la peor cara de la maldición humana: la libertad perdida y el miedo a tenerla. La dictadura empresarial y su infierno cabrón nos han mantenido tuertos, con un ojo viendo, despierto; mientras el otro se apaga, huero y vaciado!  Y todo trivializado con los atenuadores de siempre: «pero si no es tan grave», «es que no estaba el horno para bollos» y, además, «todo es perfectible». «Dejen que las instituciones funcionen» y otras fatuas expresiones como esas. 

Como si no pudiésemos salir de la pulpería y el yugo de sus fichas crediticias, del inquilinaje que inconscientemente nos fascina y del «cada uno mata su toro», esto es, del eterno círculo vicioso del karma chilensis. «Si en esta vida te portas mal, en la próxima serás chileno» dijo una vez el cineasta Raúl Ruíz, con algo del fatalismo trágico que las derrotas ha ido dejando en la psique profunda del mestizo y del pobre ante lo que decide borrar como su destino: el núcleo del trauma que oculta y tapa por estos días con un ajeno memorial funerario llorando a la Reina Isabel II de Inglaterra (y su entierro televisado hasta el hartazgo) o desternillándose de la risa con una cueca bien embalsamada en las carnicerías del asado compensatorio que, aunque caro, las familias chilenas se darán en un 18 de septiembre patriótico e inflacionario, pero no por eso menos «asegurado» y con menos sabor a pan y circo.

2.- En su «Poéticas del Cine» -editada el 2013 por la UDP- el director de «Palomita blanca» (1973) y pensador invitado a la Universidad de Duke (EEUU) en 1994, examina cómo es que construimos el imago del mundo que vivimos. Para que un hecho quede en la memoria su imagen debe ser lo suficientemente inusitada, imprevista o sorprendente de manera que impregne la visión y pueda dejar una marca indeleble en nuestra retina. La sorpresa es uno de los fijadores de la memoria. Sólo retenemos lo que nos impacta. Y para Ruiz eso abre, en definitiva, una puerta al abismo, al misterio y al vértigo. Pero parece que hoy ya nada nos sorprende, nada nos impacta. No queremos que lo haga. No queremos «el derecho de vivir en paz», sino sólo que nos dejen tranquilos para consumir y nada más. El problema es que si ya nada impacta: ¿Qué memoria vamos a tener? Chile ha envejecido y sus ojos están cansados, si no ciegos. Ya no vemos directamente las cosas, sólo accedemos a ellas a través de un lente que no vemos. Las miradas están mediadas por un monóculo invisible. Lo que creemos ver es la imagen que nos llega a través de ese lente llamado pantalla y política de la mirada, cuya obturación y parpadeo está en manos de unos medios de prensa y redes de navegación (la matrix) que desconocemos, no controlamos y que -para poder mirar a través de ellas- no debemos ver. O tal vez Ruiz olvidó pensar en que un clavo saca otro clavo y una imagen tapa otra imagen y una pantalla tapa esa luz que nos impide soñar cuando la oscuridad nos aterra y el pánico nos paraliza. Cuesta creer lo que estamos vi-Viendo.

1.- Una vez un tío mío entrado en años, al ver una muchacha hermosa pasar, me dijo: «el ojo nunca muere». Más allá del sentido que él le dio al mirar en esa ocasión, quizá tenga razón sobre la imposible arruga en el agua del asombro, que ojalá nunca muera. Aún así el lente y la retina se empañan con el pasar del tiempo y al final de los años nos queda sólo su opacidad y nuestro limitado alcance. Hasta los espejos se arrugan con el tiempo. Es ahí cuando uno debiera despertar y limpiar sus lentes (no se puede luchar contra lo que no vemos, aunque igual lo hacemos).  Detectar aquello que quizá debió impactarnos, pero ya no lo hace. Recoger la crónica de manchas, trizaduras y parches que nuestras gafas han ido acumulando y sorprendernos de que, a pesar de todo, a pesar del miedo al vértigo y la derrota humana del existir valetudinario, aún así podemos ver. Ver, por ejemplo, nuestro patio de verdes plantas, y al sol cantar; oír, por ejemplo, 

a los bebés y cachorros jugando y retozando como si nada a la luz de la vida. Pero ver también las sombras que atraviesan la mirada con su ceguera y amnesia. Ver, por ejemplo, lo patético que resulta un diseñador gráfico que se vende como historiador sin serlo, traicionar a sus compañeros en la Convención Constitucional de la cual formó parte, revelando innecesarios detalles de un episodio ya casi olvidado (el «carrete» de convencionales en un hotel en Concepción), con tal de sacar ventaja de la derrota y aprovechar así la carroña resultante para promocionar su más reciente publicación. Se reanuda así la farándula de la crítica. La vileza de este cuervo fabricante de libros es de un narcisismo y oportunismo execrable,  aunque de seguro será un perfecto nuevo éxito de ventas. Y no me refiero a sus argumentos en el debate constituyente, muchos de los cuales compartí y valoro en su desempeño como convencional, sino a la mortaja con la cual ahora los sepulta al proceder como lo hace. La historia se teje desde el mañana y, más allá de las prácticas «concretas» que tecnócratas y políticos exigen hoy, sólo el porvenir arroja luz o sombra sobre lo que habremos de haber hecho en el presente. Un viejo proverbio yoruba dice: «Exú mató un pájaro ayer, con la piedra que lanzó hoy»[1]. La política de «Rebelarse, vende» ha resultado ser un marketing infalible: sólo hay que adoptar alguna postura crítica que permita captar más lectores y nuevas audiencias, un trending topic en las políticas culturales del país. Otra postal nefasta ha sido ver al ladino rey de los conversos, el ex presidente Lagos, un apóstata hace poco reunido con la curia de RN, ofertándose para ser uno de los expertos en la nueva cocinería (que se prepara para encapsular el virus constituyente y -mediante una cirugía tanatológica y constitucional- abortar definitivamente al remanente insurrecto del cual somos aún parte, aunque cada vez menos). La democracia neoliberal, capitalista e inmunitaria nos rechaza y expulsa de su cuerpo. Volvemos a ser el absceso, en pensamiento tubario que nadie quiere porque no sirve ni lleva a nada. Volvemos a ser el inbunchamiento político endémico en la historia de Chile. La clase política intentará en los próximos días salvarse corporativamente, purgar esta anomalía apelando al lado fascista que Chile lleva dentro. Cuesta creer lo que estamos re-vi-Viendo. Lo predijo el otro Raúl (Zurita) cuando escribió los citados versos («verás no ver / y llorarás») y pensó acerca de ese oscuro periodo post 1973 a partir del purgatorio y desde la expiación de lo satánico; aunque también lo hizo desde la locura, porque a ciencia cierta quizá ambas no sean sino las dos caras de una misma moneda. La esquizoferia de la clase política está por desplegarse. Si eso llega a ocurrir, habremos de haber sido la placenta de una nueva aberración histórica, exhibida «ahora sí» como la perfecta nueva criatura del consenso, inaugurando así un nuevo ciclo en la más demencial rueda de la injusticia, el abuso y la ignominia humana.

[1] Exú en la tradición Yoruba, Bantú y Oyo refiere a un espíritu desencarnado: «El que todo lo ve». Agradezco a Berenice Corti y Leandro Mellid, haberme dado a conocer esta frase, que da inicio al documental «Emicida: AmarElo – Todo por el ayer» (2020), actualmente disponible en Netflix

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