
L@ JAZZ
En 1937, la investigadora y divulgadora norteamericana Hellen L. Kaufmann caracterizó la música de jazz como una niña bulliciosa, loca y adolescente, maestra y proletaria. En su libro «From Jehova to jazz. Music in America from psalmody to the present day», publicado en New York (reeditado en 1968), escribió: «El jazz es, a la larga, una caprichosa loca. Ella se tiñe el pelo y uñas de un color diferente cada mes, pensando que tal vez está alterando su “personalidad”. Pero en el fondo, ella es siempre la misma bulliciosa niña vulgar de la naturaleza».
Llama la atención esta semblanza ginocéntrica del jazz, especialmente hoy cuando todavía habitamos un circuito y una historia hegemónicamente regida, escrita y protagonizada por hombres. Se olvida que el sustantivo Jazz, en su origen, carecía de género gramatical y por lo mismo no marcaba ni masculino ni femenino, pese a que luego, ya en nuestra lengua, el término adoptó el masculino como género gramatical; excepto, claro, cuando aparece como adjetivo. Así, durante los años veinte, a las bandas que tocaban fox-trot, tango, boleros y músicas de cabaret, se las conocía como “Jazz band», por lo cual se usaba el apócope de «una Jazz» para referirse a alguna de estas agrupaciones.
En efecto, el jazz tuvo en sus inicios una fisonomía femenina cuando el baile y las tiples de jazz eran lo que identificaba
al género por su bulliciosa y aguda voz y lo saltarinas que estas muchachas eran. “Somos las […] hermanas del jazz”, decía el fox-trot “Lección de baile”, en 1928. Y en 1935, la Orquesta Húngara de Señoritas “se lucía con bailes de jazz” presentando a sus 10 integrantes en el Teatro La Comedia de Santiago. Una época hoy olvidada por el relato androcéntrico, que desdeñó esta imagen por no corresponder a lo «exclusivamente musical» que, para ellos, el jazz «debía ser». Aunque acaso lo alojado en esta brecha de género, en este preámbulo descartado, en ese espacio degenerado (o des-generizado) en el jazz original, haya sido y siga siendo una reserva aún mayor que la disputa entre el legítimo empoderamiento y la mañosa subalternización; la performance corporal y su especialización desintegrada o, incluso, más allá de los dispositivos de sublimación o banalización del jazz.
Jazz aludiría, desde esa rendija o brecha, a lo que aún no tiene mundo; aquello que los puristas y policías del gusto desprecian por in-mundo o escatológico. Ya sea porque grita demasiado, ya sea porque no calza, ya sea porque patalea en exceso o está con los últimos en la fila sin llegar nunca a la ventanilla o porque no oculta su rabia y huele a pies que saltan vallas de género y estilo, sin vergüenza con sus harapos y maquillaje al parodiar y denunciar al maestro que abusa, al foco que apaga y al amo que controla el festival.
Un@ más y siempre otra en el plural de la comunidad de nadie(s) en ninguna parte y en cualquier lugar, ella estuvo en Chile en 1923. Ese fue el año en que diez jazz girls se presentaron con la compañía Selected Jazz Band en el American Cinema de la calle Arturo Prat en Santiago. Mucho antes de que Pablo Garrido se presentara, en 1924, con su orquesta en el Casino De Viña del mar, cerrando la mollera hot del nuevo paradigma autoral (que de ahí en adelante se ha considerado como el inicio del jazz en Chile). Fueron ellas el umbral anónimo -y no tanto- que luego se olvidó, remitidas a mero antecedente, placenta o prehistoria melódico-embrionaria. Contra esta visión e intentando sacudirnos de su épica, sostenemos que Jazz pudiera corresponder a aquello que Willy Thayer -siguiendo a Raúl Ruíz- ha rebautizado como: «lo exote», aquello que no tiene lugar y siendo alguien no es nadie e irrumpe como algo «no ha lugar», sustrayéndose a cualquier encerrona argumental, patrimonial, canónica o legal.
Cambiando de identidades, dice Hellen L. Kaufman, «ella es siempre la misma bulliciosa niña» que deja las suelas en el camino, suelta las medallitas que le cuelgan y las inercias que le pesan y corre desnuda bajo la luna, sin anclas de género, jugando a ser otra en otro mundo otro con otra escucha, atenta a lo que hasta ahora hemos llamado androcéntricamente: «Jazz».
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